Hiperides: Introducción

Contamos para este autor con el tomo Oradores menores, con introducción, traducción y notas de José Miguel García Ruiz (con colaboración de Cristóbal Macías Villalobos para lo primero), publicado por la editorial Gredos. El discurso Sobre el tratado con Alejandro se realiza sobre la traducción y notas del tomo sobre Demóstenes, realizadas por A. López Eire y J. M. Colubi Falcó. Para el descubierto más recientemente Contra Diondas contamos con el texto de Juan Muñoz Flórez publicado por la Universidad Complutense.

De entre los Antiguos, dejando aparte referencias breves, la fuente principal de su biografía es Vidas de los diez oradores (pseudo Plutarco), además de lo que escribió Hermipo de Esmirna en Los discípulos de Isócrates. De sus obras nos han llegado algunos manuscritos en papiros procedentes de las tumbas del alto Egipto y datadas entre los siglos II aC y II dC.

Hiperides era hijo de Glaucipo, perteneciente a la burguesía acomodada y miembro del demo ateniense de Colito. Sabemos que nació hacia 390 aC, ya que en el año 330-329 aC aparece en la lista de árbitros públicos (cargo reservado para los ciudadanos de al menos 60 años). Tuvo un hijo, llamado Glaucipo como su abuelo, que llegó a ser orador y escritor de discursos. De su vida privada, se contaba su afición al vino y a la buena mesa, al juego y a las prostitutas.

Fue discípulo de Isócrates, y tal vez también de Platón (aunque este último dato podría basarse en una coincidencia de cierto pasaje). No tendió, sin embargo, a la vida especulativa, sino que fue un hombre práctico, inmerso en la vida cotidiana.

Su primera actividad profesional fue la de logógrafo, y llegó a convertirse en un famoso abogado al que se acusaba de no mostrarse escrupuloso en la elección de clientes y causas. Entró pronto en la vida pública, interviniendo en asuntos de claro matiz político. Así, en 362 aC presentó una demanda por ilegalidad contra el poderoso Aristofonte de Azenia, por las extorsiones cometidas como estratego en la isla de Ceos. Al año siguiente participó en la acusación contra el estratego Autocles, quien no había sabido aprovecharse de las disensiones de los príncipes tracios.

Sigue un largo período de aparente silencio, roto cuando Demóstenes, al frente del partido antimacedonio, se hizo cargo de los asuntos públicos. En 343 aC Hiperides demandó a Filócrates, el responsable de la paz de 346 aC, bajo la acusación de haber firmado el tratado por el soborno recibido. El demandado huyó al exilio, y a partir de ese momento Hiperides ocupó un importante puesto en la facción antimacedonia. Sustituyó a Esquines como representante ateniense en la disputa contra Delos por el control del santuario de Apolo, triunfando con su Discurso de Delos.

En 341 aC, junto a Demóstenes, viajó a Quíos y Rodas para conseguir aliados contra Filipo II. Al año siguiente, cuando Atenas trataba de recuperar Eubea, Hiperides reunió contribuciones privadas para equipar cuarenta trirremes, pagando él mismo dos de su bolsillo. Durante el asedio de Bizancio realizado por Filipo, participó como trierarco de la flota enviada por Atenas.

Tras la batalla de Queronea, en la que no participó por ser miembro de la Boulé, su actividad aumentó. Durante la crisis causada por la derrota, propuso que se concediera la ciudadanía a los metecos, que se liberara y armara a los esclavos, y que los objetos sagrados, los niños y las mujeres fueran llevados al Pireo para salvaguardarlos. Cuando más tarde fue acusado por el célebre orador y sicofanta Aristogitón, por considerar estas medidas contrarias a la constitución, se salvó diciendo que las armas macedonias le habían nublado la vista, y que esas ideas no eran suyas, sino de la batalla de Queronea.

Aunque el poder en Atenas era ahora de los promacedonios, Hiperides no cejó en su empeño de mantener a raya a sus enemigos políticos. En 336 aC presentó una demanda contra Démades por haber pedido la proxenía para Eutícrates, quien entregó la ciudad de Olinto a los macedonios, y otra contra Filípides por solicitar una corona para algunos presidentes de la Asamblea que habían concedido recompensas a macedonios o amigos de macedonios.

Continuó su labor como logógrafo hasta 324 aC, cuando estalló el asunto de Hárpalo: este personaje, tesorero de Alejandro, había huido con gran cantidad de dinero, y para guardarse de la ira de los macedonios había sobornado a gran cantidad de ciudadanos atenienses con el fin de obtener asilo. Hiperides actuó como acusador, logrando la condena, entre otros, de su amigo Demóstenes. Es posible que ya se encontraran distanciados, pues Demóstenes había optado tras la derrota de Queronea por una política más transigente, o tal vez Hiperides antepusiera el bienestar de la patria o la voz del pueblo a su amistad.

Poco después murió Licurgo, y contra sus hijos presentó una demanda Menesecmo, un orador de la facción promacedonia, por un supuesto déficit que su padre había dejado en el Tesoro. En defensa de la memoria de su compañero intervino Hiperides, acompañado tal vez por Demóstenes, logrando la absolución.

Tras la muerte de Alejandro en 323 aC, recorrió el Peloponeso para animar a las ciudades a rebelarse contra Antípatro. Parece que durante este viaje se reconcilió con Demóstenes, que habría viajado con el mismo propósito. Al año siguiente estalló la guerra lamiaca, que Hiperides dirigió junto a Leóstenes, el general nombrado por los atenienses. En 322 pronunció su Discurso fúnebre en honor a los atenienses caídos ante Lamia. A Atenas sólo le quedaba la rendición incondicional.

Condenado a muerte junto con Demóstenes y algunos otros, consiguió huir a Egina, donde fue capturado por Arquías de Turios, y entregado a Antípatro. Torturado y ejecutado en ese mismo 322 aC, su cuerpo quedó insepulto. Se dice que Alfínoo, su nieto o su sobrino, con ayuda del médico Filopites, recuperó el cadáver, lo incineró, y enterró sus cenizas en la tumba familiar.

En cuanto a su estilo y su valor como orador, no debemos olvidar que los eruditos alejandrinos lo incluyeron en el canon como uno de los diez oradores áticos, lo que da prueba de la estima en que se le tenía. El autor de Lo sublime lo compara con un campeón de pentatlón que destaca en todos los aspectos de su arte sin ser el primero en nada. Manejaba con habilidad la ironía y el sarcasmo sin perder la gracia ni la compostura, aunque le faltaba grandeza literaria y auténtica pasión. Su vocabulario es fácil, abundante y capaz de causar familiaridad; su frase, descuidada a veces, es firme, incisiva e ingeniosa. En su lenguaje, la omisión del artículo y el uso de preposiciones en giros insólitos son muestra de la transición de la lengua ática hacia la koiné o lengua común. En la argumentación se muestra hábil y penetrante, y en sus narraciones muestra ingenuidad persuasiva.

Muy conocida es la anécdota según la cual en su discurso en defensa de la hetaira Friné, amiga y modelo de Praxíteles, uno de sus principales argumentos para impresionar y convencer al tribunal fue mostrar el busto desnudo de la mujer. Esto ilustraría su tendencia a mezclar el argumento serio con la broma irónica.

En la Antigüedad se le atribuyeron setenta y siete discursos, aunque ya pseudo Plutarco consideraba auténticos sólo cincuenta y dos. La mayoría fueron discursos judiciales de temática diversa. De toda su producción, los hallazgos papiráceos permitieron recuperar fragmentos de extensión considerable pertenecientes a seis discursos, a los que debemos añadir los dos encontrados en el palimpsesto de Arquímedes.

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