Aristófanes: Asamblea de las mujeres

Parece probable que esta comedia se representara en el 392 aC, pero no lo sabemos con seguridad, ni tampoco conocemos el concurso concreto, ni quiénes eran sus competidores, ni qué puesto obtuvo.

Para el tiempo en que fue escrita, la gloria de Atenas era sólo parte del pasado: no sólo había sido vencida en la larga guerra contra Esparta, sino que además sus alianzas con otras ciudad contra la hegemonía lacedemonia también habían resultado en sendos fracasos (Coronea y Nemea). Los ciudadanos atenienses, otrora activísimos políticamente, habían perdido el interés por los asuntos públicos y cada uno ponía su atención sólo en los propios asuntos. Se llegó incluso a fijar un sueldo por asistir a las sesiones de la Asamblea Popular, pero el dinero únicamente atraía a los que lo necesitaban para comer, gente poco preparada e incapaz de tomar medidas importantes.

Aristófanes exagera esta situación, creando así el ambiente propicio para la creación de una asamblea de mujeres: hartas de contemplar el declive de la ciudad, las atenienses toman el poder (como ya hicieran en Lisístrata). Todos los personajes (salvo alguna mención a un demagogo de la época) son tipos populares, gente anónima, lo cual representa el imparable tránsito de la Comedia hacia formas menos comprometidas que, a través de la Comedia Nueva y del teatro romano, llegará al teatro moderno occidental. El coro, por su parte, se ha reducido a dos intervenciones poco imbricadas en la trama: el público no gustaba ya de canciones, sino que prefería la acción.

El argumento es el siguiente:

Las mujeres de Atenas, con ocasión de una fiesta religiosa en la que pueden salir de casa disfrazadas de sus maridos, han decidido acudir a una sesión ordinaria de la Asamblea con la intención de suplantarlos. Antes de esto se reúnen cerca de la casa de Praxágora. Allí, diversas oradoras fallan al intentar ocultar su condición femenina al caer en los errores tópicos de su sexo (el gusto por cardar lana, la afición a la bebida). La propia Praxágora será finalmente la que hable en nombre de todas, tal y como practica frente a sus compañeras.
Así pues, pongamos en sus manos el gobierno y basta ya de charla. Y no intentemos enterarnos de qué piensan hacer, sino, sencillamente, dejémoslas gobernar, teniendo en cuenta tan sólo esto: en primer lugar, que por ser madres desearán ardientemente preservar a los soldados; además, ¿quién les enviaría provisiones antes que la madre que los parió? Para sacar dinero nadie más listo que las mujeres, y una vez en el poder no se dejarán engañar nunca, porque ellas están muy acostumbradas a engañar. ¿Para qué seguir?
Parte el coro de mujeres hacia la Pnix. Mientras tanto, Blépiro, el marido de Praxágora, necesita ir al baño y, vestido con las ropas de su mujer (quien se ha llevado las suyas), se queja ante un vecino de su desdichada situación de hombre casado. Después de quedar un rato solo, encuentra a otro vecino, Cremes, que llegó tarde a la Asamblea pero logró presenciar lo que se decidió.
Entregarles el gobierno, desde luego, pues se pensó que eso era lo único que aún no se había intentado en la ciudad.
Regresa el coro, tratando de no ser descubierto por los maridos. Entre ellas aparece Praxágora, y tiene lugar el agón o disputa, con la mujer respondiendo a las objeciones de Cremes y Blépiro haciendo el papel de bufón. Finalmente los dos hombres aceptan el programa político del nuevo gobierno: una comunidad total que afectará a bienes y personas. Se suceden a continuación las consabidas escenas episódicas que ilustran las consecuencias. En la primera discuten Cremes y un ciudadano (individualista y algo sofístico) a quien van a arrebatar los bienes para llevarlos al depósito común, pero que se niega a hacerlo, aunque es el más dispuesto a participar en el banquete común de esa noche. En la segunda un joven calavera acude a un barrio de mala fama para buscarse una prostituta de pocos años, pero se ve acosado por tres viejas que reclaman su derecho de prioridad debida a la comunidad de personas.

Cierran la obra el banquete, al que están invitados todos los presente si cada cual se procura su cena, y la petición del voto favorable a los jueces.

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