Heródoto: Introducción

Seguimos para este autor la edición de Antonio González Caballo publicada por Akal.

Heródoto nació en Halicarnaso, ciudad dórica del Asia Menor, en el momento en que estas ciudades estaban cediendo en importancia frente a Atenas y Esparta. Su nacimiento se produjo en 484 aC, año arriba o abajo, justo entre los dos enfrentamientos militares que se convertirían en el eje motriz de sus Historias, las Guerras Médicas entre persas y griegos. En los primeros años de su juventud se vio obligado a huir de su patria por razones políticas, refugiándose en la jónica Samos. Regresaría posteriormente a su hogar, interviniendo en la caída del tirano Lígdamis, pero ese contacto con un espíritu más abierto se haría ya continuo, al integrar Halicarnaso la Liga ático-délica desde el 454 aC.

Ya en la madurez de su vida, sus ansias de saber y de contemplar el mundo le llevaron a realizar diversos viajes a las regiones sobre las que escribió: Egipto, Mesopotamia, Escitia, y quizá a la India. También habitó un tiempo en Atenas, el centro cultural del mundo griego donde ya se había asentado la democracia y se vivían las tensiones entre el espíritu arcaico y las innovaciones de la sofística (que introducía la duda frente a lo heredado y relativizaba el mundo religioso-moral). Allí forjó su amistad con Sófocles, uno de los tres grandes trágicos. También se asentó en Turios, la colonia del sur de Italia fundada a instancias de Pericles en 444 o 443 aC. Los datos biográficos posteriores a esta fecha son poco conocidos.

En las Historias parece haber existido un plan de composición, pero al narrar su exposición va aumentando el punto de vista. Este modo de "composición en anillo" se parece en Heródoto más bien a un gran río, cuyos afluentes el autor recorre arriba y abajo, a veces con extensas digresiones que nos hacen olvidar el curso principal. Su punto de referencia es el mundo griego y las guerras contra los persas, pero nos habla de los pueblos que con ellos tienen relación.

En su obra aparecen elementos estrictamente históricos, junto a otros imprescindibles para entenderlos: algunos datos etnográficos y geográficos. Recoge así la tradición de los logógrafos anteriores, pero convencido de la importante relación entre la geografía de un país y su desarrollo histórico. Podemos encontrar errores históricos (particularmente en la historia egipcia), datos zoológicos falsos y algunos elementos cuyo valor histórico es cuestionable, pero no podemos negarle la denominación de padre de la Historia que le otorgó Cicerón. No podemos olvidar que no procede de la misma tradición que el poco posterior Tucídides: a pesar de sus esfuerzos por conocer con exactitud, no puede contar con medios para comprobar y hallar pruebas de lo que cuenta, y en ocasiones se deja llevar por observaciones acientíficas de fenómenos naturales. La religión no es para él un hecho histórico más (como sí lo es para Tucídides), sino una de las causas del acontecer histórico. Pero esto no implica ingenuidad o ausencia de actitud crítica, sino que debemos ver al autor como a un hijo de su tiempo, conocedor del movimiento sofístico pero heredero de la mentalidad arcaica. Busca sin embargo una cierta actitud objetiva, al basarse en su experiencia personal, a relatos de terceras personas generalmente instruidas, y a la literatura anterior; también destaca su prudencia ante hechos poco creíbles y una actitud racionalizante ante ciertos mitos fácilmente rebatibles.

Su lengua aún deja ver influencias homéricas, con rasgos fundamentalmente jónicos y ciertas formas típicas del ático. Su sintaxis, más rica que la de la literatura anterior a él, no es excesivamente difícil.

Su obra se divide en nueve partes o libros:

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