Tratados hipocráticos

Seguimos para esta entrada el volumen de la Editorial Gredos publicado en el año 2000, con traducciones de Mª. D. Lara Nava, J. A. López Férez, B. Cabellos Álvarez y principalmente Carlos García Gual, con la introducción general a cargo de este último.

Hipócrates de Cos vivió aproximadamente entre 460 y 380 aC, siendo contemporáneo de Sócrates y Tucídides. De él sabemos que ejerció la actividad médica en el norte de Grecia (Tesalia y Tracia), en la isla de Tasos y cerca del Ponto Euxino, y que murió en Larisa. Debió de gozar pronto de prestigio profesional, como muestra la referencia que Platón le dedica en el Protágoras, como maestro dispuesto a cobrar por enseñar el oficio. También sus hijos, Tésalo y Dracón, fueron médicos, y a su yerno Pólibo se le atribuye el hipocrático Sobre la naturaleza del hombre.

Al propio Hipócrates se le atribuyen no sólo el famoso juramento sino una serie de tratados médicos escritos en los últimos decenios del siglo V y los primeros del IV aC. No puede asegurarse su autoría, pero es muy posible que, si no son de su mano, sí procedan de su enseñanza. Por supuesto, con buenas razones algunos de los textos pueden atribuirse a autores posteriores o a escuelas de doctrina algo distinta, pero entre todos ofrecen una perspectiva bastante homogénea en cuanto a la concepción del saber médico de la Grecia clásica. En cualquier caso, es clara la coincidencia de miras en los aspectos más generales de la medicina como téchne, y en la concepción del médico como profesional al servicio de los hombres, razón por la que pueden estudiarse en conjunto.

Y para hacerlo convenientemente, es necesario incidir en que esta pionera medicina fue desarrollada con talante científico pero con medios terapéuticos muy limitados: los griegos ignoraban la existencia de los microbios, carecían de una química elemental y tenían un instrumental rudimentario y una farmacopea reducidísima. Esta ciencia debe estimarse, más que por sus logros, por sus objetivos y su afán racionalista (aunque pervivan ciertos restos de creencias populares). La enfermedad es el concepto central en la perspectiva hipocrática, pues el hombre es , desde esta óptica, un ser sujeto a las enfermedades, y luego a la muerte. Los afanes del médico serán detectar la enfermedad, prever su desarrollo, combatir su avance y tratar de restaurar la salud en el cuerpo dañado. Pero se trata más de un pronóstico que de un diagnóstico. El cuerpo humano es visto como un recipiente complejo y un tanto misterioso, cubierto por la piel y articulado por el esqueleto, que puede ser afectado por heridas externas y desequilibrios internos (la concepción aristótelica resulta mucho más avanzada y moderna en este punto). Un recipiente por el que circulan unos fluidos (luego llamados «humores») mediante unos conductos que se distribuyen por el cuerpo (aunque las ideas sobre las conexiones a los órganos varían bastante).

{La utilidad de estos textos para la actualidad es, a mi entender, prácticamente nula. A menos, por supuesto, que la usemos como un trocito de Historia, bien para ambientar mejor nuestras historias situadas en la Antigüedad o bien para ampliar nuestra visión de la medicina y de las dificultades que conlleva su desarrollo}

Son muchos los textos que componen el corpus hipocrático. A continuación haremos un sucinto resumen de los más conocidos e importantes.

Juramento
El archifamoso juramento hipocrático, que contiene las diversas partes: invocación a diversos dioses (Apolo, Asclepio, Higiea, Panacea) como testigos del juramento; respeto y cuidado del maestro médico; enseñanza de la profesión; uso de la dietética; negación de los venenos y abortivos; negación de la cirugía; respeto a la casa del enfermo y sus ocupantes; secreto sobre la vida privada del paciente; final de la invocación.

Sobre la ciencia médica
Se trata de un alegato a favor de la ciencia, que arremete contra aquellos que menosprecian la medicina. El autor no es un profesional en la materia, aunque dispone de ciertos conocimientos. Básicamente, se dedica a exponer argumentos para justificar el hecho de que no todos los que acuden al médico se acaban curando, y algunos de los que no acuden sí se curan.
Que no todo el mundo es capaz de conocer lo que se distingue por ser beneficioso y lo que le es dañino.
Sobre la medicina antigua
Ataque de un hombre de ciencia que se opone firmemente a la aplicación de métodos filosóficos en medicina. En primer lugar, por reducir las causas de las enfermedades a uno o dos postulados (entendidos como premisas aceptadas sin necesidad de comprobación). Luego alega que la medicina es un arte en sí mismo, ya establecido, donde los profesionales pueden ser buenos o malos en función de su intelecto y de su habilidad manual. También habla del origen de la medicina, a partir de la creación de dietas diferentes para los enfermos. Mediante ejemplos, el autor demuestra el absurdo de la teoría de los elementos caliente-frío y seco-húmedo. Finalmente, arremete contra la filosofía natural, pues no es necesario saber el origen del hombre para sanar a un enfermo, y de hecho es más bien al revés: la medicina es la mejor manera de conocer la naturaleza humana (y así, se hace una relación un tanto abstracta de los órganos del cuerpo).
Es fundamental, en mi opinión, que el que habla de este arte diga cosas inteligibles para los profanos, ya que no le compete ni investigar ni hablar de algo distinto a las dolencias que ellos mismos padecen y sufren.
Y lo mejor es siempre lo que se aparta más de lo inadecuado.

Sobre la enfermedad sagrada
Un tratado para negar que la epilepsia (llamado «mal sagrado») tenga naturaleza divina. Comienza por observar lo absurdo de las creencias de magos y charlatanes, cuyos tabúes crearon esa fama de enfermedad sagrada. Así, tratan de curarlo mediante prohibiciones de alimentos o vestimenta, lo cual ya es una muestra de que no se trata de algo divino. Achaca su origen a la herencia, y su causa al cerebro (demasiada humedad durante el desarrollo del feto, luego no eliminada mediante saliva y mocos al crecer). Según el autor, la flema, al no poder salir, causa las convulsiones moviéndose arriba y abajo por el cuerpo; y los ataques sobrevienen cuando el viento cambia al Norte o al Sur, que son los más fuertes (y capaces de afectar al cerebro). A lo largo de su exposición comprobamos que no se diferencia entre venas y arterias, que no se concede a los pulmones parte alguna en la respiración ni al corazón en la circulación, que se ignora el sistema nervioso; pero se acierta al considerar al cerebro como «intérprete de la comprensión».

El pronóstico
Describe la importancia de predecir el desarrollo de una enfermedad. En primer lugar, el médico debe observar el rostro del paciente (no se dice nada de la temperatura ni del pulso), y luego reconocer el cuerpo en una posición natural (de la forma en que duermen los sanos). Tras comprobar diversas partes del cuerpo, entra a considerar el régimen de sueño y las deposiciones. También habla de los abscesos y de los tumores (bultos duros en el cuerpo), de los dolores de cabeza, oído y garganta, de la fiebre y los «días de crisis». Todo el texto, aunque habla de la evolución de los síntomas, pretende servir para identificar a los enfermos que no pueden ser salvados (para no ocuparse de ellos, y así que la fama del médico no sufra por ello).

Sobre los aires, aguas y lugares
Trata de los efectos que el clima (o un cambio brusco del mismo), la calidad del agua y las costumbres de una región pueden producir sobre las personas. Son datos que el médico debe intentar recopilar al llegar a una ciudad nueva. El autor pasa a describir pormenorizadamente los casos médicos que pueden producir cada uno, desde las ciudades expuestas a vientos cálidos o fríos, las aguas estancadas o procedentes de fuentes, los cambios estacionales o las diferentes regiones, llegando hasta las actividades que cambian la naturaleza (deformaciones craneales de los macrocéfalos, piernas arqueadas de los escitas).

Sobre la dieta en las enfermedades agudas
Ante la falta de tratamientos dietéticos (alimento, actividad,...) por parte de los médicos cnidios, el autor propone la forma de actuar frente a las llamadas enfermedades agudas (pleuritis, perineumonía, frenitis, causón y todas las que cursan con fiebre alta). Empieza por hablar de las propiedades de la tisana de cebada y las particularidades de su administración. Sigue con ciertos dolores que pueden agravar la enfermedad y que hay que solucionar por separado mediante cataplasmas o flebotomías, la necesidad de no aplicar cambios bruscos en la alimentación, las propiedades de diferentes bebidas (vinos, hidromiel, agua, oximiel) y los beneficios de los baños.
Pues cuanto es bueno o aceptado hay que hacerlo con precisión y exactitud; lo que requiere rapidez hay que hacerlo sin demora; cuanto exige una aplicación adecuada, realizarlo con propiedad; lo que hay que tratar sin causar dolor, hacerlo de forma que cause el menor posible, y todo lo demás de este tipo, preciso es hacerlo con miras de superación, tratando de aventajar a los colegas.

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