Lisias: Contra Filón

Se trata de un proceso de escrutinio, un examen sobre el acusado, ocurrido poco después de la restauración democrática de Atenas. Un consejero saliente acusa a Filón, elegido por sorteo para ocupar un cargo en el Consejo, de incapacidad para hacerlo.

Al inicio, el acusador dice llevar a juicio a Filón por bien del Estado, sin tener nada personal contra él, aunque se esfuerza en dejar claro que actúa como ciudadano particular. Se excusa por su inexperiencia, invitando a los que se consideren más capacitados a que se sumen a la acusación. Luego se expone la condición fundamental exigible para ser consejero (ser un ciudadano con celo por la ciudad), afirmando que Filón carece de ella. El grueso del discurso se dedica a probar esto, basándose en su falta de civismo (no colaboró en la contienda civil, exiliándose en Eubea), en el hecho de que se dedicara a saquear a los ancianos de la zona fronteriza entre Eubea y el Ática, y en su mal comportamiento hacia su madre. Luego llega una recapitulación, animada con preguntas retóricas y antítesis llamativas.

Desde el punto de vista retórico es notable la gradación en la presentación de las acciones del acusado, que impide la tradicional división en una narración seguida de la argumentación. En este discurso abundan los artificios, con un estilo basado en paralelismos y asonancias, y una acumulación de figuras retóricas. Aunque esto pudiera parecer raro en la pluma de Lisias, no debemos olvidar que su estilo se adaptaba al orador, y en este caso concreto bien podríamos encontrarnos con un consejero con buenas dotes y una educación refinada.
¿Cómo, entonces, no iba a recibir lógicamente el resentimiento de todos vosotros un hombre que era perverso en la exacta medida en que era capaz de ayudaros?

Lisias: Sobre la confiscación de bienes del hermano de Nicias

Este discurso puede considerarse importante por arrojar luz sobre personajes y sucesos de la historia de Atenas, más que por la causa judicial que lo ocupa, debido a su limitación (pues sólo nos ha llegado el epílogo, probablemente porque esta parte, la más importante, es la única nacida de la pluma de Lisias). La fecha de su elaboración sólo puede aproximarse: es obviamente posterior al 403 aC, por la composición del tribunal, y anterior a la guerra de Corinto (396 aC), pues Atenas no está en guerra con Esparta.

Los acusados son los dos hijos de Éucrates, un miembro importante de Atenas (hermano del célebre Nicias y participante de los acontecimientos finales de la guerra del Peloponeso) que en 411 aC había desempeñado un cargo en Tracia, sospechándose su conducta venal. Políoco, su acusador, perdió el proceso, pero vuelve ahora a la carga contra sus herederos. Este discurso conforma el final de la defensa contra esa nueva acusación.

Está formado por una mezcla desordenada de silogismos truncados, con reducción al absurdo, y apelaciones patéticas a los jueces. Todo ello entreverado por una especie de narración de la historia de la familia, que es más bien un panegírico debido a su tono dado por juicios de valor.

Comienza exponiendo el riesgo que corren los hermanos en caso de perder el proceso (perderían la ciudadanía, no sólo el patrimonio), y en seguida pasa a recordar a los miembros prominentes de su familia, resaltando su adhesión a la democracia y, cuando esto le es imposible, su intercesión frente a los espartanos. Finalmente se centra en el acusador, recordando que ya se votó contra él, y se cierra el discurso con una sarta de súplicas.

No es un buen discurso, ya que no construye un carácter adecuado (aunque ello se debe a que el orador representa a la familia, y sus rasgos se funden a propósito con los de sus antepasados), y la concisión se ha sacrificado en beneficio de lo patético. Un patetismo que, por si fuera poco, es excesivamente formal como para que suene sincero.
Prefirió perecer actuando en favor de vuestra salvación antes que permitir que los muros fueran abatidos, las naves rendidas al enemigo y vuestro pueblo esclavizado.
¿Quiénes podrían ser más infortunados que nosotros si en la oligarquía moríamos por nuestra lealtad al pueblo y en la democracia nos vemos privados de nuestros bienes como enemigos del pueblo?

Lisias: Contra Nicómaco

Este discurso posee una argumentación poco consistente y se encuentra bien cargado de prejuicios y odio contra un personaje, Nicómaco, que debía de ser bien conocido en Atenas {y es posible que fuera el mismo personaje que aparece nombrado al final de Las ranas de Aristófanes}.

Si en verdad pertenece a Lisias (lo que es muy probable), se trata de una nueva figura de la galería de personajes que el orador legó a la posteridad: hijo de un esclavo público que ya había trabajado al servicio del Estado (probablemente como escribiente), y a quien le llegó la ocasión cuando, a la caída del régimen de los Cuatrocientos, se sintió la necesidad de restaurar el soporte de las leyes, transcribirlas, y ordenar sus diversas adiciones. Nicómaco es nombrado transcriptor de las leyes, y siguió en ese cargo hasta la llegada de los Treinta al poder, en 404 aC, cuando marchó al exilio. Ocupando una vez más el puesto, aunque sólo para la revisión y transcripción de las leyes religiosas, se mantuvo cuatro años en el cargo sin rendir cuentas a nadie, aunque también es cierto que, como magistrado de segundo orden, se hacía sobre él la vista gorda.

En el 399 aC se le incoa en un proceso por un acusador que ya se había enfrentado con él, logrando su condena. Es un proceso de eisangelía, pero cuyos cargos exactos desconocemos. Esto ha llevado a pensar en que se trata de una segunda versión, o en que se ha perdido el comienzo, o en que estamos ante un resumen o panfleto. Sin embargo, deberemos admitir que se trata del discurso completo de un acusador principal en una mala causa. Es posible que se acusara a Nicómaco de prevaricación, pues se dice que en la transcripción incluyó más cantidad de sacrificios públicos que los prescritos (lo que causó un coste al Estado), pero lo que está claro es que se le acusa de otros crímenes y se le insulta más o menos veladamente.

La argumentación trata de cargar las tintas contra el acusado, mostrando a un personaje que, pese a sus orígenes como esclavo, tiene en sus manos el mayor tesoro del Estado, sus leyes. Su lenguaje se acerca al escarnio, y el orador se sitúa en un plano superior al acusado, para humillarlo constantemente. El estilo es vivaz gracias al uso de la antítesis y la apóstrofe.
Ya que admitís de los que se defienden cualquier bien que hayan hecho ostensiblemente a la ciudad, es justo que también escuchéis a los acusadores si demuestran que los acusados son malhechores desde antiguo.
Y sería, además, tremendo que le tengáis agradecimiento por lo que sufrió involuntariamente y, en cambio, no le impongáis castigo alguno por los delitos que cometió voluntariamente.

Platón: Apología de Sócrates

La Apología es el alegato de defensa que Sócrates pronuncia ante el tribunal que finalmente lo condenará a muerte, o al menos es la versión que Platón nos ha dejado del mismo. Aunque es raro que con tan poca distancia desde los hechos el autor no hubiera plasmado unos hechos ajenos a la realidad, que podrían haber sido negados por muchas personas (ya veremos la versión de Jenofonte, algunos años posterior), no debemos olvidar que no se trata de una transcripción exacta de sus palabras.

Corría el 399 aC, y Sócrates rondaba los setenta años. La acusación sostenía que el filósofo no reconocía los dioses de la ciudad, que quería introducir el culto a nuevas divinidades y que corrompía a los jóvenes. Esta acusación venía de Meleto, Licón y principalmente Ánito (quien se definía por haber servido como estratego del ejército ateniense y haber contribuido en la expulsión de los Treinta Tiranos, además de ser un encarnizado enemigo de los sofistas). Recordemos que Sócrates había sido mentor de Critias (el cabecilla de los Treinta), Cármides (su lugarteniente, y familiar de Platón) y Alcibíades (quien se había pasado al enemigo al ser acusado de sacrilegio). Se veía en él a una figura desestabilizadora, que recorría la ciudad sembrando la duda en las verdades consolidadas y cuestionando a todos los que aprovechando la confusión de los años previos había medrado dentro de la reinstaurada democracia. Aunque no cabía una acción política contra él, en virtud de la amnistía general del 403 aC, se buscó en la religión una forma de deshacerse de su figura: el filósofo proclamaba que contaba con la presencia de un daimónion, una suerte de espíritu guardián o señal divina que le impedía llevar a cabo cualquier acción de la que pudiera llegarle algún daño (como participar en política). Por este motivo es acusado por impiedad ante el arconte rey, añadiéndole la coda de ser un corruptor de la juventud.

El discurso puede dividirse en dos partes de diferente extensión: la primera que constituye la propia apología (epígrafes 17-35), y una segunda en la que, con la declaración de culpabilidad ya en firme, el acusado puede realizar una contraproposición a la pena (36-42). Esta segunda parte demuestra la altivez y la integridad del personaje.

El siguiente resumen sigue aproximadamente los diferentes epígrafes de los manuscritos:
  • 17 - Introducción. Sócrates denuncia a sus acusadores como mentirosos, y asegura que él contará la verdad sin adornos. Asimismo, se disculpa  por no utilizar la jerga habitual en los juicios, pues él nunca ha hablado en el tribunal. {¿Podría tratarse de una excusa de Platón, que en esta época no habría alcanzado la treintena, y por tanto no contaba con experiencia suficiente? ¿O tal vez no es más que la falsa modestia con la que trata de ganarse el favor del jurado?}
  • 18 - Teoría de las dos acusaciones. Afirma que existen otros acusadores más antiguos, que lo calumniaban pensando que quien estudia los fenómenos celestes no puede creer en los dioses. Entre ellos cita a cierto autor de comedias, refiriéndose por supuesto a la parodia que Aristófanes hacía en Las nubes.
  • 19-23 - Defensa frente a las viejas acusaciones. Comienza por ridiculizar las calumnias, precisamente gracias a la imagen paródica de la comedia aristofónica, y luego se aparta de los sofistas (nombrando a Gorgias, Pródico e Hipias), pues no cobra dinero por sus clases. Mediante un hipotético diálogo con el rico Calias, se diferencia también del sofista Eveno, famoso educador. Supone que las acusaciones tal vez se deban a la envidia por su sabiduría sobre lo que concierne al hombre, que expone con una pequeña historia: Querefonte acudió a Delfos y la Pitia le informó de que no existía nadie más sabio que Sócrates. Éste, deseoso de demostrar que se equivocaba, acudió a alguien supuestamente sabio, pero descubrió que no lo era. Dio entonces con la clave: el que cree saber, ignora precisamente que no sabe; Sócrates, como no sabe, no piensa que es sabio. Tras visitar a políticos, poetas y artesanos, recibe siempre el mismo resultado: todos, sabiendo de su arte, creen saber en todos los campos. Estas pesquisas son las que causaron las calumnias del pasado, y los jóvenes que le siguen (por propia voluntad), al imitar su conducta, incurren también en la ira de sus mayores, que no dudan en decir que él los corrompe.
  • 24-27 - Defensa frente a sus acusadores actuales. Llamando a Meleto, le pregunta que quién cree él que hace mejores a los jóvenes. Al presionarlo, Meleto acaba por responder que cualquiera, salvo Sócrates, los educará bien. Pero el filósofo, comparando la educación de los jóvenes con la doma de los caballos (que no todo el mundo puede hacer correctamente) demuestra el escaso interés que, en realidad, tiene Meleto en el asunto. Luego alude al hecho de que es absurdo que alguien desee corromper a los que tiene cerca, pues ello acabaría siendo gravoso para él mismo (y nadie desea el daño propio), por lo que o Sócrates no corrompe a los jóvenes, o lo hace inconscientemente, en cuyo caso no debería ser juzgado. Una nueva reducción al absurdo expone la falacia de la última acusación, según la cual Sócrates no cree en los dioses, pero enseña el culto a otros dioses: si cree en los démones, y estas entidades ocupan un puesto intermedio entre dioses y humanos, necesariamente cree en los dioses.
  • 28-35 - Acciones del propio Sócrates. Recordando que las acusaciones se deben más a las enemistades ganadas en el pasado, el filósofo trata de ganarse el favor de los jueces, recordando su participación en las batallas de Potidea (429 aC), Delión (424 aC) y Anfípolis (422 aC) y considerando que de la misma manera en que allí mantuvo su puesto, y de igual forma que Aquiles insistió en luchar contra Héctor sabiendo que al poco moriría, él cree firmemente que hizo bien al elegir un modo de vida que en breve le llevará a la muerte. Orgulloso y altivo, afirma que si fuera absuelto con la condición de no seguir filosofando, lo seguiría haciendo de todas formas. «Mientras tenga aliento y sea capaz, no cesaré de filosofar y de exhortar y aconsejar en cada ocasión a aquel con quien me encuentre con las palabras que acostumbro». Expone que en realidad la defensa no es hacia él, sino hacia la ciudad, pues no se volverá a encontrar a un hombre que trabaje tanto por ella como él; como prueba, alega su pobreza, y la ausencia de testigos que declaren que cobró alguna vez por sus servicios. Si no ha participado en la política de la ciudad, ha sido únicamente por su daimónion, que se lo ha impedido para mantenerlo vivo durante mayor tiempo. También recuerda que cuando se juzgó en bloque a los diez estrategos que no recuperaron los cuerpos de los atenienses muertos en la batalla de las Arginusas, fue el único que se opuso, ya que ese juicio sería ilegal. Y asimismo se opuso a una orden directa de los Treinta, al no partir hacia Salamina para apresar a Leonte, como se le había encargado. Como prueba de que los que a él se aproximan no resultan corrompidos, sino que lo hacen por gusto de escucharle, nombra a algunos de los que se encuentran allí, algunos con sus padres {muchos de estos nombres seguirán apareciendo en diversos diálogos de Platón}; pero no desea crear una situación de lástima y congoja, y no los llamará a declarar.
  • 36-38c - Alegato tras la condena. Meleto ha solicitado la pena de muerte, y Sócrates, de nuevo altivo, solicita la manutención vitalicia en el Pritaneo (honor reservado a los prítanes en función y a personajes destacados en sus logros en pro de la ciudad, como los vencedores olímpicos). Alega que como ignora si la muerte es un mal, no optará él por un castigo claro, como la cárcel, una multa o el exilio. «Bien sé que, allí donde llegue, los jóvenes atenderán lo que diga, como aquí. Pero si los aparto de mí, ellos mismos me expulsarán tras convencer a sus mayores, y si no los alejo, lo harán sus padres y familiares por mor de ellos». Finalmente, tal y como le han pedido sus amigos, solicita una multa de treinta minas, pues aunque él sólo podría pagar una, ellos serán sus fiadores.
  • 38d-42. Palabras finales tras la condena a muerte. «Si hubierais aguardado al menos un poco de tiempo, esto se habría producido de manera espontánea. Mirad la edad que tengo; lejos ya de la vida, próxima a la muerte». Sócrates no se arrepiente de su actuación, pues se ha defendido honestamente, como vivió. Sus acusadores, sin embargo, han sido alcanzados por la malicia. En una muestra del arte del bien morir, Sócrates expone que la muerte puede ser como un sueño en el que nada se siente, y por tanto será agradable como esas noches en que uno no sueña nada, o bien una suerte de migración del alma tras la que se encuentran todos los que han fallecido, y por tanto también deseable. Allí se encontraría con otros sentenciados injustamente, y podrá preguntar sin miedo a ser juzgado por ello. «Pero ya es hora de marchar, yo a morir, vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una circunstancia mejor, eso es algo oculto para todos, excepto para el dios».