Esquilo: Los Siete contra Tebas

Eteocles y Polinices heredan el trono a la muerte de su padre, Edipo (cuya historia, junto a la de Layo, es narrada en las dos primeras tragedias de la trilogía que finaliza con Los Siete contra Tebas y es retratada por Sófocles en Edipo Rey y Edipo en Colono). Ambos acuerdan turnarse en el gobierno cada año, pero Eteocles se niega a cedérselo a su hermano cuando le corresponde. Polinices acude a conquistar la ciudad con ayuda de seis jefes argivos. En este álgido momento tiene lugar la obra.

Esta vez sí que hay prólogo: Eteocles se muestra en él seguro de sí mismo.
En efecto, si lográramos éxito, la gente diría que la causa de ellos es un dios; pero, si, al contrario -lo que no suceda-, ocurre un fracaso, Eteocles, único entre muchos, sería cantado por los ciudadanos con himnos, sin cesar repetidos, y lamentaciones.
Llega el corifeo (como un explorador) para anunciar que el enemigo está ya ante los muros: se oye el ruido de escudos y de lanzas. Aparece el coro, formado por jóvenes tebanas que imploran la ayuda divina; Eteocles las increpa.
Dioses protectores de la ciudad, venid, venid todos, ved este batallón de doncellas que vienen en súplica de que las libréis de la esclavitud.
No te prohíbo que rindas honores al linaje de las deidades, pero, a fin de que no infundas cobardía en los corazones de los ciudadanos, estáte tranquila y no reboses excesivo miedo.
Grita la ciudad, al irse quedando vacía, mientras el botín de mujeres camina a su perdición entre un confuso vocerío.
Luego se suceden una serie de escenas simétricas: el Mensajero describe, uno a uno, a los héroes que atacan cada puerta; Eteocles contesta despectivo y designa un defensor para cada una.
El resultado lo decidirá Ares con sus dados; pero es la justicia de defender a su misma sangre la que lo envía a la vanguardia, para alejar la lanza enemiga de la madre que lo engendró.
No se va a retirar de la puerta lleno de miedo por el ruido salvaje de los relinchos de unos caballos, sino que o muerto abonará a su tierra lo que le debe por su crianza, o apoderándose de ambos guerreros y de la ciudad representada sobre el escudo, adornará con sus despojos la casa paterna.
En la última puerta, el propio Eteocles hará frente a su hermano Polinices. El coro le suplica que no luche.
¡Ay de mí, ahora llegan a su cumplimiento las maldiciones de nuestro padre!
Hijo de Edipo, el más amado de los varones, no te iguales en ira al que anda gritando perversidades.
En cierto modo ya estoy abandonado de los dioses. Sólo se mira con admiración el favor que les hago si muero.
Nadie puede evitarlas, si los dioses envían desgracias.
Ya está llegando a su cumplimiento la abrumadora liquidación de las maldiciones antaño imprecadas. La perdición viene a cumplirse, no pasa de largo.
Llega el Mensajero para narrar la muerte de los dos hermanos.
Ambos tuvieron un destino común por completo, el destino precisamente que está llevando a la perdición a ese linaje infortunado.
El canto de duelo del coro es seguido por el cortejo fúnebre, con las dos hermanas, Antígona e Ismene, acompañando a los cadáveres.
No cabe duda; estoy pensando que del interior de sus profundos pechos amables proferirán un canto fúnebre por sus hermanos, en consonancia con su dolor.
Así, tanto el que con un ejército enemigo ha atacado a la ciudad como el que violó el pacto mueren: dos semijusticias que son derrotadas. Pero Creonte, el nuevo gobernante, ha decretado que el traidor no reciba sepultura: un heraldo lo anuncia al cortejo, aunque Antígona se muestra dispuesta a desobedecer. Esta parte quizá sea un añadido (ajeno al autor) que prepara la Antígona de Sófocles.
Por eso, alma mía, pon tu voluntad al servicio del que ya no la tiene y participa de sus infortunios. Vive para el muerto con un verdadero corazón de hermana. No van a devorar sus carnes los lobos de vientre famélico. ¡No lo piense nadie! Antes, al contrario, aun siendo mujer, una fosa y túmulo voy a procurarle. Me lo llevaré entre los pliegues de mi veste de lino y yo sola lo enterraré. Que nadie imagine lo contrario. Mi resolución hallará algún medio de hacerlo.
Los rasgos más interesantes de la obra son: la angustia frenética del coro, el ruido del ejército asaltante ante las puertas, la retórica descripción de las amenazas y los escudos..., y el espectáculo terrible de la ciudad sitiada, del odio de los reyes y de la paz impuesta a través de la muerte.

Esquilo: Los Persas

Podemos considerar la tragedia Los Persas arcaica por dos motivos: no posee prólogo, y termina con la ruina y desgracia del "héroe" (Jerjes, el rey persa llorado por el coro). Pero podemos considerarla moderna por convertir a la categoría heroica una acción contemporánea al autor. Su motivo, por supuesto, es celebrar la victoria de los helenos (sobre todo, atenienses) en la segunda Guerra Médica, y tratar de explicarla a la luz de la conducta humana y la intervención divina. Lo que se escenifica es, sin embargo, la derrota persa: Los Persas es en definitiva un canto de dolor por Jerjes y el imperio persa.

Cuando la tragedia se abre, el coro de ancianos persas está en escena, con la angustia que le provoca el destino del gran ejército de Jerjes.
Preocupado por la vuelta del Rey y la de su ejército en oro abundante, como adivino de desgracias, ya se siente demasiado turbado el corazón dentro de mí.
Toda la tierra asiática que antaño los criara gime por ellos con intensa nostalgia: padres y esposas, contando los días, tiemblan ante un tiempo que se va dilatando.
La tensión crece cuando Atosa, la reina madre, cuenta su sueño: el carro de su hijo tirado por dos bellas mujeres, Asia y Europa, y la rebelión de ésta, que logra volcarlo.
Continuamente vivo en medio de innúmeros ensueños nocturnos, desde que mi hijo, tras haber aprestado su ejército, partió con la intención de arrasar el país de los jonios.
Dicen cosas terribles, motivo de angustia para las madres de aquellos que están en campaña.
Llega entonces el Mensajero, que anuncia la derrota en Salamina y la retirada.
Adelante, hijos de los griegos, libertad a la patria. Libertad a vuestros hijos, a vuestras mujeres, los templos de los dioses de vuestra estirpe y las tumbas de vuestros abuelos. Ahora es el combate por todo eso.
Se iban volcando los cascos de las naves, y ya no se podía ver el mar, lleno como estaba de restos de naufragios y la carnicería de marinos muertos.
El inmenso número de males, aunque durante diez días estuviera informando de modo ordenado, no podría contártelo entero, pues, sábelo bien, nunca en un solo día ha muerto un número tan grande de hombres.
Unos sobre otros se fueron hundiendo, y en verdad tuvo suerte el que más pronto perdió el aliento vital.
Vuelve a cantar el coro: Zeus ha destruido el poder orgulloso de los persas.
¡Oh Zeus soberano, has aniquilado al orgulloso ejército persa constituido por un ingente número de hombres! ¡Has cubierto las ciudades de Susa y Ecbatana con un profundo color sombrío!
El espíritu del difunto Darío, evocado por la reina, explica el castigo divino por la arrogancia de su hijo.
Siento espanto de ver a mi esposa cerca de mi tumba, mas sus libaciones propicio acepté. Y vosotros estáis al lado del túmulo cantando canciones de duelo y, alzando gemidos que atraen a las almas, llamándome estáis con voz lastimera.
Él, que es un mortal, falto de prudencia, creía que iba a imponer su dominio a todos los dioses y, concretamente, sobre Poseidón.
Le dijeron que tú habías adquirido mediante la lanza una gran riqueza para tus hijos, pero que él, por su cobardía, sólo manejaba la jabalina dentro de casa, sin aumentar la riqueza paterna. De oír con frecuencia tales reproches de hombres malvados, determinó esta expedición y una campaña en contra de Grecia.
Montones de cadáveres, hasta la tercera generación, indicarán sin palabras a los ojos de los mortales que cuando se es mortal no hay que abrigar pensamientos más allá de la propia medida.
Llega Jerjes, cubierto de harapos, y entona con el coro el canto de duelo (el treno).
¡Mísero de mí!, ¿qué sufrimientos me esperan aún? Pues se me ha aflojado el vigor de mis piernas al poner mis ojos en la ancianidad de estos ciudadanos.
Lanzad un lúgubre grito muy plañidero, cargado de acentos de dolor, pues ya se volvió contra mí la deidad.
En definitiva, comprobamos que el mensaje de dolor se conforma mediante sucesivas intensificaciones a través de escenas que evolucionan gracias a la intervención de diversos personajes. Éstos son de una pieza; son escenas Reina/Mensajero, Reina/Sombra de Darío, y la culminación con el personaje de Jerjes. A diferencia de otras tragedias de Esquilo, que concluyen con una conciliación de fuerzas opuestas, aquí hay un triunfo de la Justicia. Junto a él, aparece otro de sus grandes temas, el de la caída de los grandes, y el gusto por el ambiente exótico y magnificente.

Esquilo: Introducción

Seguiremos para este autor la edición de Gredos, con traducción de B. Perea e introducción de F. Rodríguez Adrados.

Nacido en Atenas hacia el año 525 aC y fallecido el 456 aC, Esquilo es cronológicamente el primero de los tres grandes trágicos.
Hasta los quince años vivió en la Atenas gobernada por tiranos (Pisístrato primero, y luego sus hijos Hiparco e Hipias), hasta el momento del segundo establecimiento de la democracia (510 aC). No olvidó este período de su vida, y aparecen en el trasfondo de algunos de sus personajes (Eteocles, Agamenón): grandes gobernantes sin respeto a los dioses ni al pueblo.
Aunque ha pasado a la inmortalidad por sus tragedias, en su propia inscripción funeraria Esquilo no se glorió de ello, sino de haber participado en la batalla de Maratón (490 aC) contra los persas de Darío. En la segunda invasión persa, la de Jerjes, es posible que participara en la batalla naval de Salamina (480 aC), que es la aparecida en Los Persas.
Vivió por tanto Esquilo la consolidación de la democracia gracias a la amenaza exterior (Ni anarquía ni despotismo es el lema de Las Euménides), pero también los dilemas entre el sector más tradicional y el más progresista (en el 462 aC, Cimón sufrió ostracismo y Efialtes fue asesinado; el Areópago ve reducidas sus funciones), la defensa de las viejas costumbres por los nobles temerosos de nuevas aventuras y el comienzo de un régimen de tipo imperial deseado por industriales y comerciantes. Prevenía entonces Esquilo (en La Orestea) contra los riesgos del expansionismo y exigía el respeto a la ley.
Hacia el final de su vida, Esquilo aceptó una invitación de Hierón (el tirano de Siracusa) y presentó en su honor Las mujeres de Etna (obra perdida). En esos últimos años, parece un hombre desalentado.

Escribió y puso en escena unas ochenta tragedias, de las que únicamente nos han llegado siete. Que se hayan conservado se debe a que fueron las más estudiadas y copiadas, y por tanto podemos suponer que serían las más significativas.
Sabemos que Sófocles compitió victoriosamente contra Esquilo ya en el 468 aC, pero la más antigua de sus obras conservadas data de 472 aC. Eso hace que de la tragedia del siglo V aC sólo conservamos a Esquilo (de la comedia, creada en 485 tampoco queda nada). Esquilo es olímpico y distante: es el poeta de la religión de Zeus, que castiga la injusticia; es el poeta de las ideas que luchan a lo largo de las generaciones. Lucha que intenta conciliar: justicia estricta atemperada por la gracia que otorgan finalmente las deidades. Conciliación también de poder y libertad, de sociedad e individuo. Pero Esquilo no elogia ya a los individuos heroicos, sino que teme a los conquistadores de ciudades: una nueva mentalidad nacida tras el paso de la épica.

En las obras de Esquilo el coro ocupa un espacio máximo, dando una interpretación religiosa, filosófica y poética de los temas en que están involucrados los personajes (la grandeza y la caída, el poder y los súbditos,...). Las obras, sobre todo las más antiguas, están centradas en torno a un coro que danza y canta, que representa a una colectividad en una situación angustiosa; su "salvación" (a través del sufrimiento y la muerte) sólo llega con el desenlace de la trilogía. Respecto a los actores, únicamente aparecen dos, alternando sus intervenciones con los cantos del coro (llamados estásimos) y apareciendo algunas veces en monodias.
La acción es escueta y simple en sus obras, principalmente debido a la organización en trilogías, por donde avanzan las diferentes ideas sobre el poder y los súbditos. Esquilo prefiere las trilogías ligadas (a concurso debían presentarse tres tragedias y un drama satírico, pero podían ser de tema independiente), lo que le permite una acción más compleja y una reflexión más profunda sobre ella.
Toma temas míticos de Homero o de otros poemas épicos posteriores, como los Cantos Chipriotas, pero también, como hemos visto, se basa en la realidad. Se forma así la tragedia como un gran espectáculo musical y poético, heredero de la majestad épica y de la belleza coral, con tonos arcaicos y religiosos y con presentación mimética. Esquilo buscaba deslumbrar y seducir a su público con la combinación de un pensamiento profundo y un léxico mayestático, con largas palabras derivadas y términos arcaicos.

Siete, como decíamos, son las obras de Esquilo conservadas. Las analizaremos pormenorizadamente en diferentes entradas, a las que pueden acceder pinchando en los enlaces siguientes.

Baquílides: Ditirambos

El ditirambo designa una narración coral con narración mítica cantada en una fiesta pública de naturaleza religiosa. En su origen fue un canto cultual dedicado concretamente a Dioniso.

Conservamos seis ditirambos de Baquílides, que en las ediciones habituales siguen en la numeración a los epinicios. Tres (17, 18 y 19) se compusieron para los atenienses, y uno (el 20) para los lacedemonios; de los otros dos (15 y 16) se ignora su destinatario. El valor especial del ditirambo 18 es ser puro diálogo, y puede considerarse como una muestra del paso hacia el drama protagonizado por este género, en el momento de máximo esplendor de la poesía dramática en Atenas.

Ditirambo 15, los Antenóridas o la reclamación de Helena.
Su tema es la embajada de Odiseo y Menelao a Troya, previa al comienzo de la guerra. Supuestamente, Paris y sus partidarios pretendían matar a Menelao (el marido de Helena), pero Antenor pudo salvarlo y hacerlo salir de la ciudad. Durante el saqueo de la ciudad, una piel de leopardo colocada sobre la puerta de la casa de Antenor indicó que debía ser respetada para agradecer este favor. El inicio de la obra, en muy mal estado, parece ser in media res, y comienza hablando de Téano, esposa de Antenor y sacerdotisa de Atenea. Ya en la parte conservado, los hijos de Antenor conducen a los dos griegos ante la Asamblea troyana y el propio Antenor comunica la noticia. El poema acaba abruptamente con el discurso de Menelao, que alude a la victoria de los dioses (agentes del orden y la justicia) sobre los gigantes (representantes de la violencia y la insolencia). Más que narrar una historia, este ditirambo presenta una escena.

Ditirambo 16{, Heracles [o Deyanira (?)], para Delfos}.
Como el drama Traquinias de Sófocles (no está claro cuál tiene prioridad cronológica, ni si hubo influencia, o si ambas simplemente tienen fuentes comunes), el poema narra la muerte de Heracles por la túnica impregnada de veneno que Deyanira le regala. Comienza con un proemio mal conservado, al que sigue una narración mítica poco extensa: el saqueo de Ecalia por Heracles, el plan de Deyanira y el uso del filtro de Neso. En realidad, no relata los hechos, sino que únicamente los sugiere mediante algunas expresiones ("plan lleno de lágrimas"). De nuevo, el poema concluye abruptamente, técnica típica de Baquílides que dejaba en el oyente la impresión final de un nombre funesto.

Ditirambo 17, los jóvenes o Teseo{, para los ceyos de Delos}.
A pesar de la clasificación tradicional, se trata más bien de un peán cantado por un coro de ciudadanos de Ceos en las fiestas en honor de Apolo en Delos. La obra parece haber sido escrita en los inicios de la Liga Delia, pues exalta la figura de los atenienses a través de su mayor héroe. La narración comienza in media res, con los jóvenes atenienses embarcados rumbo a Creta. Allí tiene lugar un desafío por el poderío de la fuerza relativa de las divinidades a las que adoran y de las que son hijos Minos (Zeus) y Teseo (Poseidón). Minos solicita la caída de un rayo, y Teseo desciende a buscar el anillo lanzado al mar por el rey de Creta. Cae el rayo, y Teseo se tira por la borda. Tras la estancia con Anfítrite del héroe, éste regresa triunfalmente.
Nada que los dioses quieran es increíble para los mortales de mente sensata.
Ditirambo 18, Teseo{, para los atenienses}.
Narra la proeza del héroe ateniense en su camino de Trecén (donde fue criado por su abuelo) al Ática (tras recuperar la espada y las sandalias de su padre, partió hacia Atenas y limpió de bandidos la ruta del Istmo). Esta obra posee dos cualidades especiales: su estructura no es triádica (el único ditirambo conocido con esta característica) y su forma puramente dramática, donde los diálogos han sustituido a la narración.
Ha poco llegó un heraldo, tras cruzar a pie el largo camino del Istmo, y cuenta indecibles hazañas de un poderoso hombre.
Ditirambo 19, Ío, para los atenienses.
Compuesta para una fiesta en honor de Dioniso en Atenas, comienza con un extenso proemio en el que prima el elogio que Baquílides hace de su propio arte. Sigue el mito de Ío, sacerdotisa de Hera amada por Zeus, custodiada bajo la forma de ternera por Argo, liberada por Hermes, atormentada por un tábano, hasta acabar en Egipto, donde recuperó su forma y dio a luz a Épafo, rey de un largo linaje. De su descendencia sigue el poeta a Cadmo y Sémele, con lo que llega al personaje que le interesa: Dioniso.

Ditirambo 20, Idas, para los lacedemonios.
Sólo pueden leerse, y muy mutilados, los once primeros versos de este mito, en los que Baquílides recuerda el canto que las muchachas espartanas entonaron en las bodas de Idas y Marpesa.

Baquílides: Epinicios (II)

Epinicio 7, al mismo.
Esta oda celebra también la victoria de Lacón de Ceos en la carrera del estadio. La gran laguna que presenta el papiro hizo surgir la teoría, hoy superada, de que formaba una única obra junto con el epinicio 8. Se abre con la invocación a una deidad, seguida de la aplicación de sus atributos sobre el ganador.

Epinicio 8{, a Liparión de Ceos (?)}.
Sólo encontramos de esta obra la segunda estrofa, lo que no nos permite saber el nombre del vencedor ni su patria, ni tampoco la prueba o los juegos en que fue conseguida la victoria. Se cree que se trata de la isla de Ceos por el epíteto "rico en viñas", y si fuera así sólo dos atletas reúnen las condiciones: Argeo y Liparión. Se ha reconstruido de los papiros el nombre del segundo, aunque podría no ser así. El epinicio acaba con una plegaria a Zeus, en la que se pide para el vencedor un triunfo en Olimpia.

Epinicio 9, a Automedes de Fliunte, vencedor en el pentatlón de los Juegos Nemeos.
La obra posee dos temas principales: Fliunte y Nemea. Tras invocar a las Gracias, se expone el mito de fundación de los Juegos Nemeos y se describe pormenorizadamente la victoria del pentatleta. La mención del río de Fliunte sirve como transición a la alabanza de sus descendientes, y otra mención más hace retornar los versos a la actualidad. El estado de conservación de la última parte es muy malo.

Epinicio 10{, a Aglao (?) de Atenas, vencedor en la carrera (?) de los Juegos Ístmicos}.
Celebra las victorias obtenidas por un ateniense en el Istmo,al parecer en dos pruebas de carrera (el estadio y el híppios, de cuatro estadios). Comienza con una larga invocación a Fama y continúa con la presentación de las victorias del atleta, para aludir finalmente a la celebración de la victoria.

Epinicio 11, a Alexidamo de Metaponto, vencedor en la lucha infantil de los Juegos Píticos.
Consta de tres largas tríadas que incluyen un largo pasaje mítico: proemio, datos de la victoria, alabanza del vencedor, y exposición del mito de Ártemis intercediendo por las enloquecidas hijas de Preto.

Epinicio 12, a Tisias de Egina, vencedor en la lucha de los Juegos Nemeos.
El poema constaría de tres tríadas, pero está muy dañado y únicamente conservamos dos fragmentos. En el primero se invoca a la Musa Clío y se presentan datos de la victoria, (patria, juegos, prueba). En el segundo aparece lo que parece un catálogo de victorias.

Epinicio 13{, a Píteas de Egina, vencedor en el pancracio de los Juegos Nemeos}.
El más largo de los epinicios de Baquílides celebra la misma victoria que la Nemea V de Píndaro. Presenta gran cantidad de lagunas, algunas considerables. En el proemio se invoca a la Musa Clío, y se expone, como mito fundacional de los Juegos Nemeos, la lucha de Heracles contra el león. Como es habitual, se alaba al vencedor y a su patria, recordando las historias de los descendientes de Éaco: la lucha en Troya cerca de las naves aqueas, destacando Ayante y Aquiles.

Epinicio 14, a Cleoptólemo de Tesalia, vencedor en la carrera de cuadrigas de los Juegos Petreos.
Poco se conoce de estos juegos menores, celebrados cerca del valle de Tempe en honor de Poseidón. Lo único conservado son los datos de la victoria.

Baquílides: Epinicios (I)

El epinicio u oda es un poema coral compuesto para celebrar una victoria deportiva, encargado a un poeta profesional por el vencedor o su familia. Solía representarse en una fiesta religiosa, que agradecía a la divinidad por el triunfo. El género, poco después de alcanzar su máximo desarrollo con Píndaro y Baquílides, entró en rápida decadencia, como resultado del declive de la ideología aristocrática ante el empuje que la democracia había recibido tras las guerras persas.

De Baquílides conservamos catorce odas en diferente estado de fragmentación. Los epinicios 3 y 5, ambos dedicados a Hierón de Siracusa, son las grandes obras del poeta. De los restantes, tres de ellos (2, 4 y 6) son composiciones breves destinadas a ser cantadas en el mismo lugar de la victoria; otros dos (8 y 14) estaban dedicados a victorias en jugos locales; dos más (7 y 12) quizá fueran poemas mayores, pero su conservación es malísima, y parecido sucede con el epinicio 1. El resto son más habituales, en la línea de Píndaro. Todos ellos fueron escritos en la última etapa de la vida del poeta.

Epinicio 1{, a Argeo de Ceos, vencedor en el pugilato (?) infantil en los Juegos Ístmicos}. (Título perdido)
Fue cantada al parecer en la propia isla de Ceos, tras el regreso del vencedor a la patria. No se sabe en qué prueba venció el joven: los adjetivos laudatorios son típicos tanto del pancracio como del pugilato, pero se cree que fue en esta última disciplina porque los ciudadanos de Ceos sobresalían en ella. Este epinicio debió ser uno de los más largos (ocho tríadas), pero ha llegado a nosotros muy mutilado (sólo las dos últimas tríadas están más o menos completas) y sólo podemos saber que en su última parte realiza alabanzas del vencedor y de su padre.

Epinicio 2, al mismo.
La representación debió tener lugar en el propio sitio del triunfo, poco después de éste. Es breve y de estructura sencilla: invocación a Fama, mención de la victoria y del vencedor; recuerdo de otros triunfos de gente de Ceos en los Ístmicos; nueva referencia a la celebración actual. Por tanto, el pasado glorioso de los compatriotas ocupa el lugar que tendría el mito. Cada parte se contiene rigurosamente en la estructura de la tríadas (estrofa, antistrofa, épodo).

Epinicio 3, a Hierón de Siracusa, vencedor en la carrera de cuadrigas en los Juegos Olímpicos.
Celebra la victoria del tirano en la prueba más importante dentro de la competición más prestigiosa, lo que provocó que se colocara antes de la 4 y la 5 (que son cronológicamente posteriores). Es significativo que el propio tirano prefiriera a Baquílides antes que a Píndaro (que había cantado sus triunfos precedentes). Seguramente fue representado en Siracusa durante la fiesta de celebración de la victoria. Incluye una advocación inicial a la Musa Clío, la mención del lugar de la victoria y la alabanza del vencedor mediante la exposición de dos temas: el poder, relacionado con Zeus, y la liberalidad, que tiene que ver con Apolo. De la misma forma que se salvó Creso, por su extraordinaria generosidad hacia el templo de Delfos, así se salvará Hierón (ya muy enfermo por entonces).
El profundo éter es inmaculado, y el agua del mar no se pudre; y una alegría es el oro, pero al hombre no le es lícito abandonar la cana vejez, y de nuevo recobrar la florida juventud. 
Epinicio 4, al mismo, vencedor {en la carrera de cuádrigas} en los Juegos Píticos.
Cronológicamente, va después de la número 5, y coincide con la Pítica I de Píndaro. Parece claro que fue representada en el lugar del triunfo. De composición cuidada, consta sólo de un par de estrofas: mención de la patria, del dios de los juegos y del vencedor; así como del lugar de la victoria y la prueba en que se consiguió; alusión a una victoria anterior cantada por el poeta y breve catálogo de otros triunfos. Se trataría del epinicio sin mito más antiguo de Baquílides.

Epinicio 5{, al mismo, vencedor en la carrera de caballos en los Juegos Olímpicos}.
Compuesto para celebrar el primer triunfo de Hierón en Olimpia, coincidiendo con la Olímpica I de Píndaro. Algunos consideran que fue el propio Baquílides quien envió la oda sin ser encargada, e incluso llegan tan lejos como para negar que sea un epinicio (por ejemplo, la invocación inicial es al vencedor, y no a una divinidad). La sección central del epinicio (tras la exposición de las circunstancias de la victoria) es un larguísimo relato mítico que retrata el encuentro en el Hades de Heracles y Meleagro (que poseen, con la oscura descripción de su muerte, una función de contraste). La última parte recoge los mismos temas iniciales, aunque con menos detalles.
Dichoso aquel a quien la divinidad ha procurado una parte de bienes y con envidiable fortuna llevar una vida opulenta; pues ningún hombre ha nacido, en verdad, feliz en todo.
Epinicio 6, a Lacón de Ceos, vencedor en la carrera del estadio {infantil} en los Juegos Olímpicos.
Oda muy breve, la última de las datables de Baquílides (452 aC). Tiene una estructura muy sencilla: mención de la victoria actual, recuerdo de anteriores éxitos de ciudadanos de Ceos y alusión a la fiesta de celebración. Como en el epinicio 2, el recuerdo de glorias pasados cumple el papel de mito central.

Baquílides: Introducción

Baquílides llegó a finales del XIX casi como un desconocido, pero la aparición en 1896 de dos papiros muy fragmentados permitió el conocimiento de parte de su obra.

El poeta nació en Yúlide, ciudad de la isla de Ceos (la más cercana al Ática de las Cícladas, lo que explica la gran influencia ateniense). Ceos tenía una gran tradición musical, tanto con envíos de coros a Delos como recibiendo en su propia fiesta a Apolo poetas extranjeros (como Píndaro). Siendo el vino la principal riqueza de la isla, también se rendía culto a Dioniso.
También encontramos antecedentes dentro del seno familiar: su abuelo paterno, también llamado Baquílides, sobresalió como atleta; su madre era la hermana menor del poeta Simónides. El autor parecía destinado a componer epinicios (odas triunfales dedicadas a los vencedores de los juegos).
Aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, sabemos que su poesía y la de Píndaro se desarrollan en el mismo ámbito espacial, cronológico y social, hasta llegar incluso a la coincidencia de destinatarios en cuatro composiciones.
Nada de cierto sabemos de sus primeros años, aunque suponemos que acompañó a su tío Simónides por Tesalia, contactando con los ambientes aristocráticos y realizando sus primeras obras.
Los siguientes años son más fiables, gracias a la posibilidad de datarlos que ofrecen las victorias celebradas por sus obras. Se supone que Baquílides murió hacia el 451 aC, ya que no compuso epinicios por las victorias que sus compatriotas lograron en los años siguientes.

Sobre su estilo nos unimos a la opinión de Sobre lo sublime (obra atribuida durante un tiempo a Longino): a pesar de que Baquílides compone siempre de una manera elegante y no comete errores, su poesía carece de ímpetu y no alcanza lo sublime, por eso su arte es inferior al de Píndaro. Sin embargo, la Antigüedad le otorgó un lugar de honor, y su poesía dejó huella especialmente en Eurípides y en Horacio.
La crítica de comienzos del XX difundía un juicio muy negativo al comparar a Baquílides con Píndaro: se le negaba la profundidad, la fuerza, el atrevimiento de las metáforas, la brillantez de las imágenes que caracterizaban el arte de Píndaro. Sin embargo, una reacción positiva puso de relieve la claridad de su versos (frente a la oscuridad pindárica), la elegancia de su estilo, noble y pulido, y la técnica depurada de sus narraciones, que alternan la fluidez en la trama y los detalles dramáticos. Se ha superado también el tópico sobre el carácter ornamental de sus epítetos, demostrando que su presencia es fundamental en sus versos.
Baquílides fue uno de los poetas corales mejor conservados hasta época alejandrina. Los rasgos de la lírica coral han evolucionado desde el período arcaico: el poema se compone de una o varias tríadas (estrofa, antistrofa y épodo); se usa el dialecto dorio con cierta homerización; se superan los límites regionales, convirtiéndose en un género panhelénico; la ejecución se convierte en coral (abandonando el uso del solista).

Dejaremos para otra ocasión los Epinicios (en esta entrada y esta otra) y Ditirambos, más numerosos y algo mejor conservados, y nos limitaremos ahora al resto de composiciones.

Escasos son los fragmentos conservados de himnos a los dioses, limitándose a un par de sentencias. La más completa reza:
Hécate, portadora de antorchas, hija de la Noche de gran regazo. .
Al parecer, un rasgo peculiar de Baquílides (si seguimos a Menandro del Rétor {siglo III dC}) es la construcción de himnos de despedida, en los que, con ritmo pausado, se celebra la marcha del dios hacia otro lugar.

De entre los peanes (himnos a Apolo) destaca el que celebra el traslado por parte de Heracles del pueblo de los dríopes. Famosas son las palabras:
En los escudos de ligaduras de hierro se encuentran telas de flavas arañas, y a las lanzas puntiagudas y a las espadas de doble filo domeña la herrumbre.
Escasos son los prosodios (cantos procesionales) y los hiporquemas (cantos de danza), como:
Pues la piedra de toque revela el oro, mas la excelencia de los hombres la ponen en evidencia la sabiduría y la verdad todopoderosa (...)
Algo más abundantes son los encomios, siendo los destinatarios conocidos Alejandro (hijo de Amintas, rey macedonio del 498 al 454 aC) y Hierón de Siracusa. También tenemos un par de epigramas

Del ditirambo al drama

El género de la tragedia nació como tal en la Grecia Antigua. Su motivo es el mismo que el de la épica (el mito), pero desarrollando nuevos significados al fundirse con la acción. El público puede ver a los personajes como entidades distintas que actúan de forma independiente y poseen cada uno su propia dimensión psicológica.

Su origen no está completamente claro. Etimológicamente (¿tragedia = canto del macho cabrío?), parece tener relación con un ritual de sacrificio, en el que se ofrecían animales a los dioses con el fin de obtener buenas cosechas y buena caza. En época más reciente (aunque todavía anterior a la escritura), los sacrificios se irían transformando en danzas rituales, en las que se oponía la luz (el día, la primavera) a la oscuridad (la noche, el invierno).

Aristóteles afirmó que la tragedia nace como improvisación del coro que entonaba el ditirambo (el himno a Dionisio). Al principio este tipo de manifestaciones eran breves y poseían un tono burlesco, pero el lenguaje se va haciendo más grave. Asume luego una forma escrita y establecida, con el coro dirigiéndose al altar de los sacrificios, alrededor del cual se hallaban dispuestos. Posteriormente, la figura del corifeo (el portavoz o líder del coro) sufrió una separación como personaje individual, creándose el diálogo entre éste y el coro. La siguiente evolución fue dividir el coro en dos semicírculos, con la adición de un nuevo corifeo que daría réplicas al primero con las palabras del propio Dionisio.

Así, el canto épico-lírico del ditirambo se transformó en el drama. Al mismo tiempo, los rasgos más populares de las danzas dionisíacas sobreviven en el drama satírico.

Si bien no conservamos ninguna obra, se considera a Tespis como el vencedor del primer concurso de tragedias (durante las Dionisias de Atenas en algún momento entre el 536 y el 533 aC). Se le atribuyen cuatro piezas de tema mitológico (todavía con el coro caracterizado como sátiros): Sacerdotes, Muchachos, Penteo, y Juegos en honor de Pelias o Forbante. Se le atribuye haber introducido la máscara como elemento caracterizador del personaje. Aristóteles afirmó que fue suya la idea de crear un actor a partir del corifeo, y Temisteo (siglo IV) vio en él al creador del prólogo.

Quérilo, sucesor de Tespis, vivió también durante el siglo VI aC. Compuso unas 160 obras dramáticas, obteniendo trece victorias. Únicamente conocemos el título de una: Álope, que tocaba el mito de Teseo. Introdujo algunas modificaciones a máscaras y vestuarios.

Frínico nació en el VI aC, y acabó su vida en Sicilia, en el 470 aC. Influido por Hesíodo, Estesícoro y los poetas épicos, y contemporáneo de Esquilo, fue considerado renovador del género trágico. Sólo conservamos fragmentos de sus obras. Fue famoso por su elegancia personal y la belleza de sus melodías, pionero en la introducción de protagonistas femeninos y de los sentimientos de ternura y piedad. Su afinidad al partido de Temístocles le llevó a cultivar el drama histórico, una temática insólita para la época: por La toma de Mileto (496 aC) fue multado al recordar la derrota ante los persas; sin embargo, obtuvo el premio de 476 aC por Las fenicias, y acabó siendo modelo para Los persas de Esquilo.

Píndaro: odas Ístmicas

Este es el listado de las obras de Píndaro, conservadas prácticamente en su totalidad, y clasificadas según el sistema alejandrino por su aparición en las competiciones Ístmicas. Como es habitual, añadimos algunos versos que nos parecen interesantes.

~ Ístmica I, a Heródoto de Tebas, vencedor en la carrera de carros.
El triunfo de Heródoto es excepcional al ser él mismo auriga de su propio carro, cuando todos los reyes y ricos dueños de cuadras tenían gente que corría por ellos. Así se compara al tebano con Yolao y Cástor. Tras la alabanza de Tebas y de su gran héroe, Heracles, el poeta vuelve a Heródoto, enumerando sus victorias tras recordar la riqueza y prestigio de su padre, logradas a pesar de las revueltas políticas.

~ Ístmica II, a Jenócrates de Agrigento, vencedor en la carrera de carros.
Dedicada al mismo para quien compuso la Pítica VI, que habría muerto dos años antes (en el 472 aC). A instancias del hijo de Jenócrates, Trasibulo, se celebra la victoria conseguida en el 477 aC, recordando la amistad y hospitalidad de la familia de los Emménidas y elogiando a Nicómaco, habitual auriga de Jenócrates.

~ Ístmicas III y IV, a Meliso de Tebas, vencedor en la carrera de caballos y en el pancracio.
 No sabemos si se trata verdaderamente de dos obras distintas, o de una sola, cuya primera parte (III) se colocaría más tarde como introducción a la otra. La unidad, en cualquier caso, es evidente: en el cambio de una a otra se mantiene el pensamiento de que el destino humano está sometido a cambios, de los que se libran los hijos de los dioses. Esta oscura visión del destino deja paso al ejemplo de Áyax, y la velada alusión al pequeño tamaño de Meliso permite recurrir a Heracles, también pequeño frente al colosal Anteo. Los últimos versos son especialmente encomiásticos, alabando a Meliso por sus triunfos y recordando a Orseas, su entrenador.
Mas honra entre los hombres le ha procurado Homero que, enalteciendo
su heroísmo todo, para futuro gozo de poetas
lo refirió según el mágico poder de sus divinos versos.
Porque inmortal prosigue resonando algo,
cuando lo dice uno bellamente. Y por la tierra de frutos abundante y por la mar camina
el rayo de las hermosas obras, por siempre inextinguible.
~ Ístmica V, a Filácidas de Egina, vencedor en el pancracio.
Si la Nemea V celebraba a Píteas, esta honra al su hermano menor, aunque recordando al primero por ser entrenador del segundo. La mención de la batalla de Salamina permite suponer que la obra se escribió en 479 o 478 aC. Tras invocar a la divinidad madre de la luz, se canta a ambos deportistas, a la isla y a los héroes eácidas del desfile de Áyax (Aquiles, Telamón, Peleo). Tras loar a la flota de Egina, el poeta solicita al coro que lleve a Filácidas la guirnalda y la canción.

~ Ístmica VI, a Filácidas de Egina, vencedor en el pancracio de niños.
Esta oda es anterior a la V (data del 480 aC, antes de la batalla de Salamina), y celebra una victoria del mismo joven, con alabanzas a él y a su hermano y entrenador Píteas. El poeta habla de las victorias en Nemea y en el Istmo, deseando que haya otra mayor (en Olimpia). Tras la invocación a las diosas del destino se recoge la leyenda de Peleo y Telamón acompañando a Heracles contra Troya. La parte final recuerda las victorias deportivas y las virtudes ciudadanas de los hermanos.

~ Ístmica VII, a Estrepsíades de Tebas, vencedor en el pancracio.
Parece que la oda fue compuesta en el 454 aC, poco después de la batalla de Enófita, en la que los tebanos, abandonados a su suerte por Esparta, cayeron bajo domino ateniense (que les impuso el régimen democrático, cordialmente odiado por Píndaro). En la batalla murió un tío de Estrepsíades del mismo nombre. De ambos hechos parece consolarse el poeta recordando el glorioso pasado mítico de Tebas. La muerte reaviva el pensamiento sobre la inconsistencia del destino humano.
¡Mas duerme, sí, la antigua
gloria, y olvidan los mortales
lo que no llega a la suprema flor (de la poesía),
uncido en las gloriosas corrientes de los versos!
~ Ístmica VIII, a Cleandro de Egina, vencedor en el pancracio de niños.
Tebas, aliada de los persas, estuvo a punto de ser destruida por decisión de los confederados griegos tras la batalla de Platea (479 aC). La ejecución en Esparta y Atenas de los principales políticos tebanos libraron a la ciudad, por lo que, nos dice Píndaro, deben sus habitantes superar la angustia y cantar a Cleandro. Recuerda el poeta la amistad entre Egina y Tebas, llevando desde esto hasta el precioso matrimonio de Peleo y Tetis. Se alaban las victorias de Cleandro y de su primo Nicocles, para conservarlas como los versos épicos a Aquiles.

~ Fragmento de una posible Ístmica IX.
En sus nueve versos aparece un elogio a los habitantes de Egina como marineros y navegantes, amantes de la poesía y las competiciones atléticas.

Píndaro: odas Nemeas

Este es el listado de las obras de Píndaro, conservadas prácticamente en su totalidad, y clasificadas según el sistema alejandrino por su aparición en las competiciones Nemeas. Como es habitual, añadimos algunos versos que nos parecen interesantes.

~ Nemea I, a Cromio de Siracusa, vencedor en la carrera de carros.
Era Cromio un brillante general al servicio de Gelón y de Hierón, primero en Siracusa y luego en la recién fundada Etna. Casó con la hermana de Hierón y fue regente de esta última ciudad. Vencedor en el año 477 aC, esta oda se cantaría durante la visita de Píndaro a la isla al año siguiente. Resuenan en ella elogios a Siracusa, a la fértil Sicilia y a la hospitalidad del general. Para hablar de fortaleza recurre al mito de Heracles.
Y presentéme a la puerta de palacio
de un hombre amigo de huéspedes, bellas cosas cantando,
donde un grato
banquete me está preparado, y con frecuencia
no son sus estancias ajenas
a extranjeros. (...)
~ Nemea II, a Timodemo de Acarnas, vencedor en el pancracio.
Breve oda que celebra la llega del campeón a Atenas. Como la salida de la pequeña constelación de las Pléyades precede a la salida de otra mayor (la de Orión), así la victoria en Nemea es esperanza de triunfos más insignes. Evoca la gloria de Salamina, donde residía Timodemo, y encomia a la familia de éste, famosos deportistas. La obra es anterior al 480 aC, pues no aparece ninguna referencia a la derrota persa en Salamina.

~ Nemea III, a Aristoclides de Egina, vencedor en el pancracio.
Elogia esta oda un hombre de avanzada edad, con una brillante carrera deportiva a sus espaldas. Se cantó en una fiesta conmemorativa (quizá en el 475 aC) en el templo de Apolo en la isla de Egina. Tras una súplica a la Musa, el poeta se centra en el encomio de la isla y de la estirpe de los Eácidas (Peleo, Telamón, Aquiles). Coinciden los mitos de todos estos personajes en la importancia de la disposición natural, aunque la educación y el entrenamiento tengan también su valor.
Brillando a lo lejos queda la luz de los hijos de Éaco, desde allí, desde Troya:
¡Zeus!, porque tuya es la sangre, y tuyo el agón, que el himno en su dardo
alzó por la voz de los jóvenes, celebrando la patria alegría.
~ Nemea IV, a Timasarco de Egina, vencedor en la palestra.
El joven Timasarco pertenecía a una familia de tradición deportiva y poética. Al comienzo de la oda se pone de relieve el efecto psíquicoterapéutico del arte de los sonidos. La obra, que data del 473 aC, se interrumpe brevemente para dirigirse contra un rival del autor y hablar de su propia energía poética, que el destino llevará a su cima.

~ Nemea V, a Píteas de Egina, vencedor en el pancracio juvenil.
Otro miembro de una familia noble de tradición deportiva, los Psaliquíadas de Egina. A su hermano le dedicará la Ístmica V, y a ambos la VI. Píndaro narra en esta oda, probablemente del 483 aC, el esplendor de la boda de Peleo y Tetis. Hace también una traslación interesante, al describir como los himnos de Píndaro pueden ser exportados por los barcos de Egina, como lo son sus famosas esculturas.

~ Nemea VI, al joven Alcímidas de Egina, vencedor en la lucha.
El adolescente Alcímidas era también miembro de una familia exitosa, los Básidas, y así son nombrados varios familiares en la obra. La oda empieza con una reflexión sobre el ser de los hombres y de los dioses. Para justificar la escasez de éxitos durante temporadas anteriores, compara el poeta la necesidad de reposo de los hombres con la que sufre la tierra tras varias cosechas.

~ Nemea VII, al joven Sógenes de Egina, vencedor en el pentatlón.
Oda escrita probablemente en el 485 aC, en la que, tras la invocación a la diosa del nacimiento y de la fuerza juvenil, alaba el poeta la isla de Egina, lo que le da ocasión para mostrar la eficacia de la poesía, a veces engañosa. Con la mirada puesta en Homero recuerda el mito de Neoptólemo, hijo de Aquiles, que logró el descanso en Delfos y recibió el oficio de vigilar la fiesta délfica. Termina la obra con súplicas a Heracles, Zeus y Atenea.

~ Nemea VIII, a Dinias de Egina, vencedor en la doble carrera.
Esta oda, cantada probablemente en el 459 aC bajo la propia dirección de Píndaro, celebra la victoria de otro joven miembro de una famosa familia de deportistas, los Caríadas. Se recuerda al padre, fallecido poco tiempo atrás, se invoca a Hora, diosa de la belleza juvenil, y se eleva una oración a Éaco por el bienestar de la ciudad. Desea el poeta para sí una vida libre de envidias y de censuras.
(...) Pasto a los envidiosos son las palabras del poeta,
la envidia se apodera siempre de lo noble, y con lo vil no riñe.
Las tres últimas Nemeas no celebran victorias ocurridas realmente en Nemea. Su colocación responde a un criterio arbitrario: los alejandrinos las colocaban en último lugar por su menor importancia, siguiendo a Olímpicas, Píticas, Ístmicas y Nemeas. Al invertirse el orden de los dos últimos grupos (Nemeas, Ístmicas), estas tres ocuparon el lugar actual.

~ Nemea IX, a Cromio de Etna, vencedor en el carro.
Obra dedicada al mismo general que se llevó el elogio en la Nemea I, todavía regente en Etna del hijo de Hierón en el año 474 aC (cuando fue probablemente compuesta esta oda). Esta oda canta una victoria en Sición (ciudad próxima a Corinto). Tras la invocación a las Musas aparece una alabanza a Ártemis y Apolo, en cuyo honor se habían inaugurado los juegos de Sición. Se suplica a Zeus protección para Etna, y finalmente se encomia a Cronio.

~ Nemea X, a Teeo de Argos, vencedor en la lucha.
Teeo era un atleta con victorias en diversos juegos, que abrigaba la esperanza de triunfar en Olimpia. La oda celebra dos victorias en los Juegos de Hera, en su ciudad natal. Se realiza así una obra más larga que las anteriores, tocando los mitos relacionados con Argos o con Hera: Perseo, Épafo, Linceo, Diomedes, Anfiarao, Dánae y Alcmena, Cástor y Pólux. Estos relatos son enmarcados por las victorias de Teeo.
Exigua es mi boca para contarlo todo: en cuántas nobles gestas tiene parte
la tierra Argiva. Y también es molesto tedio de los hombres encontrárselas de golpe.
Mas, con todo, ¡despierta la lira de buenas cuerdas,
y tómate desvelo por las lides atléticas! (...)
~ Nemea XI, a Aristágoras de Ténedos, prítano.
Aunque se recuerdan varios triunfos de Aristágoras, esta oda no celebra una victoria deportiva, sino su toma de posesión del cargo en el Pritaneo de Ténedos. Es una obra tardía, quizá del 446 aC, que reflexiona sobre la caducidad de las cosas humanas.